miércoles, 24 de junio de 2009

Recordé... regarde... ¿recuerdas tu?...
cientos de filamentos saliendo de mi cuerpo para atarse a los tuyos.
Con solo una mirada. ¿recuerdas?...
una mirada bastaba y nacían los suspiros sin aviso previo,
sin dolor, sin espera alguna.

El pecho cerrado sencillamente bajaba la guardia y sin darme cuenta,
como si fuera natural y de todos los días y todos los momentos
los suspiros se adueñaban de mi, de nosotros,
era suspiro tras suspiro, delator y traicionero.

¿Cuándo acabó todo? ¿Cuándo podré recuperarlo?
¿Cuando volveré a sentir el aire que me da la vida
fluyendo por mi cuerpo y ver
tus suspiros fundirse con los míos?... Imaginarlos fundirse
como nuestras miradas, casi puedo asegurar la sincronía de nuestros latidos...
sin un solo roce de por medio, sin una palabra... como si nuestros cuerpos
estuvieran de más en esa entrega de nuestros seres infinitos.

Fuimos, nos fundimos y nos reconocimos... el silencio originó el resto.

Apenas si nos vimos por un momento, no sabías mi nombre y yo no conocía el tuyo.
Ni una conversación hizo falta para saber que por fin eras tu, que por fin era yo.

La puerta de cristal se abrió, con pasos tranquilos avanzaste...
me miraste apenas y mi mirada no ocultó el saludo a tu existencia,
Lo supimos enseguida, pero tu no detuviste tu paso
y yo no colgué el teléfono.

lunes, 22 de junio de 2009

En el callejón de los sueños rotos

Caminando por el callejón de los recuerdos rotos, una pequeña puerta se mira al fondo, oscura y adornada en la orilla por luces de neón... el humo de los cigarros hacen las veces de la neblina nocturna enmedio de este frío. Una música lejana que se hace cada vez mas cierta me guía invitándome a entrar. Tengo miedo a hacerlo como siempre, miro el banco vacío frente al piano en el escenario, es mi lugar esperándome como siempre. Tengo miedo de entrar... acompáñame por favor.

Pongo mis manos sobre el teclado y un ritmo desconocido, sencillo pero seguro me invade el alma... es jazz, escucha la acompasada música, viaja ligera, flota, se remolinea entre el verde de los árboles y vuelve dentro de mí a darme aliento.
Aquí, cada noche canto sola la canción que me inunda, que cambia el olor de tantas presencias que se han ido ya, las mismas que esta noche me acompañan.
Liviana, delgada apenas como hoja al viento, se deja llevar por cada nota al piano, baila suavemente, delicadamente, recorre uno a uno mis instantes, los recoge, los recrea, los revive, los hace renacer, los renueva... y cuando son del color que busca los libera nuevamente al viento.
Y es el viento el que lleva tantos recuerdos a mi paso, ahí, en el callejón de los sueños rotos.

Donde paso instantes del día tratando de unir los pedazos que quedaron. Tratando de embonar los sonidos, las palabras, las promesas, los temblores de mi cuerpo cada 20 de septiembre, con las imágenes que se desprendieron ya de mi retina, que al verlas ya borrosas nublan mis ojos como las nubes el paso de la luz.

En el callejón de los sueños rotos, donde solo se escuchan mis pasos contra el suelo y el crujir de su mirada, cuánta falta me ha hecho estos años, cuanta falta trata de remediar ahora, pero el compás de la música sigue, no se detiene ni aunque se lo imploro, ni aunque se lo ruego.

Ahora es el bajo y cada estremecimiento de sus cuerdas el que marca el ritmo, la voz lucha consigo misma y su pena para ser escuchada, pero se corta resignada al subir al oído, será que la distancia es larga, será que se cansan las palabras para llegar a su destino, será quizá que el oído se niega a escuchar la oración que en su nombre se eleva al cielo.

El piano es la duela, mas el piano se duele, el piano pone todo de sí, lo que tiene y lo que tuvo, poco a poco va entregando la carga que a cuestas ha llevado, busca descansar, le hace falta descansar, pero no se queja, trabaja cada noche en el bar al lado del bajo, en callejón de los recuerdos rotos.

Pasa el turno a la guitarra, acompaña lastimeramente el sonido de sus amigos. En voz baja, apenas perceptible, roza mi mano para que la toque, busca su música aclarar un poco mis ojos,
aclarar los lamentos que salen de este bar y su garganta, los mismos que yo callo. La guitarra con forma de mujer, suena con sus cuerdas los sueños de la infancia, cuando mi cuerpo no tenía forma de guitarra, cuando miraba del cielo los azules y los negros, cuando mis labios aún no sabían de su existencia, de su respirar, de su voz grave pero firme.

Piano, bajo, guitarra y voz, dolorosamente rezando a un santo que cayó de su altar, empeñosamente pariendo música sin idioma... pero la canción va a su final, el público en la oscuridad lo sabe, sentados junto a la mesita redonda de alto pie, cerca del escenario mirando la cadencia de las manos que acompañan la plegaria musical.

Avanzada está la noche, en el público están ellos, los todos que han estado cerca de mí en algún momento de mi vida, lo saben y lo sé, han venido esta noche como cada noche convocados por mí, están quienes ocupan los lugares cercanos a la pista, quienes pueden ver brillando y solo a contraste de las escasas luces, las lágrimas que se me asoman en los ojos, y quienes se encuentran en la parte de atrás, en la parte más oscura, con una mano en el vaso de cristal que les guarda el whisky, que les guarda el ron, que quieren pasar desapercibidos, que nadie los mire que me miran desde lejos ya través de mi cabello, que nadie los vea en la luz para que no puedan ser reconocidos por los otros, los que estuvieron conmigo en los días de sol, en las fiestas del 3 de enero.

La música comienza su último compás, el estremecimiento de los instrumentos es total, la entrega se está completando, todos los ojos fijos en mi voz al micrófono y mis manos al piano, son estas mis ultimas palabras en este instante último de mi inconsciencia. La voz se apaga, mis dedos recorren por última vez el camino blanco y negro que acarician. Solo silencio.... los aplausos de golpe inundan el lugar, miro al público, aunque no miro los rostros los reconozco a todos, apenas una leve inclinación sin cambio en el semblante, enciendo el cigarro, me cubro la espalda... y con el mismo vacío con que entré salgo, a seguir tratando de recuperar cada parte de mis esperanzas, aquí, en el callejón de los sueños rotos.