viernes, 7 de agosto de 2009

VOLANDO ALTO..

Mírame volar, amigo de las sienes nevadas... pude volar al fin, es cierto que en mis tobillos aún se miran las llagas de las gruesas cuerdas que me ataban a la tierra, pero cada día duelen menos... lo recuerdo menos... mira cómo se extienden mis alas y subo alto, muy alto... para admirar el día... aún quedó algo del golpe que me propiné al intentar volar por vez primera y atravesarme en el camino de un tornado sin corazón, que me envió al suelo sin compasión... pero mira, puedo volar a pesar de ello.
No imaginé que fuera tan sencillo, tan fácil, sólo solté lo que ya no quería conmigo, lo pesado del pasado y mis reclamos contra él... el palo del vagabundo prefiero cambiarlo por el olivo en el pico, pesa menos, hiere menos... y no lo necesito más.
Es cierto amigo de las sienes nevadas, te ha tocado mirarme derrotada, olvidada, perdida, confundida... pero mírame ahora, me arranqué el plumaje y las uñas y fui al mar a bañarme las heridas, las lágrimas, los golpes secos contra la tierra... mírame ahora, mis plumas nuevas son más lustrosas y mi vuelo más tranquilo... mi mirada tal vez suave, conoce de los dolores del mundo y reconoce al adolorido y su vuelo bajo, torpe, indeciso... y más alto vuelo, mírame volar y mira cómo lo prometido fue concedido... estoy volando madre montaña, estoy volando padre volcán...
A Mi Profesor J.A.R.L.

Es un escritor que ama las letras y es correspondido, que sentado enmedio de la sala de clases con su sueter tejido, con zapatos cómodos, con una ternura incomparable toma entre sus manos el libro amarillento y comienza a abrirlo. Las hojas se miran más amarillas aún, y él las convierte en láminas de oro a sus ojos, es oro que se lee a voz abierta y con gafas sobre la naríz. Con la mano izquierda moviéndose hacia arriba y hacia abajo según la sílaba, marca el ritmo del conteo de las pepitas de oro-frases que va leyendo, mientras la mano derecha no suelta la frágil hoja dorada.
De repente, el escritorio y la silla son más que muebles de madera, pues ante mis ojos se tornan el púlpito del párroco buscador de oro, desde el que la misa vuela por el aire hasta encontrar el oído del carbón, que bajo el hechizo de sus palabras, deja su estado químico de lado y por fin, extendiendo su maravilloso brillo al mundo, extiende sus alas.
A José Alfredo Reyes López con todo mi cariño.